domingo, junio 28, 2009

Rapidito: Amor Gay [Escrito por alguien más]

Nunca antes me había fijado en la cantidad de parejas homosexuales que se ven paseando por Venecia. Los encuentras caminado por los puentes, a la orilla de los canales, cenando en los pequeños restaurantes del casco viejo. No suele tratarse de dúos espectaculares, sino todo lo contrario: gente discreta, tranquila, a menudo con aspecto educado. Mirando a los demás aprendes cantidad de cosas, y en el caso de estas parejas siempre me encanta sorprender sus gestos comedidos de confianza o afecto, el reparto convencional de roles que suele darse entre uno y otro, la ternura contenida que a menudo sientes flotar entre ellos, en su inmovilidad, en sus silencios.

Pensaba en todo eso el otro día, a bordo del vaporetto que cubre el trayecto de San Marcos al Lido. Sobre la laguna soplaba un viento helado, los pasajeros íbamos encogidos de frío, y en un banco de la embarcación había una pareja, hombre y hombre, cuarentones, tranquilos. Se sentaban muy juntos, apoyado discretamente un hombro en el del compañero, en un intento de darse calor. Iban quietos y callados, mirando el agua verdegris y el cielo color ceniza. Y en un momento determinado, cuando el barco hizo un movimiento y la luz y la gama de grises del paisaje se combinaron de pronto con extraordinaria belleza, los ví cambiar una sonrisa rápida, fugaz, parecida a un beso o una caricia.

Parecían felices. Dos tipos con suerte, pensé. Aunque sea dentro de lo que cabe. Porque viéndolos allí, en aquella tarde glacial, a bordo del vaporetto que los llevaba a través de la laguna de esa ciudad cosmopolita, tolerante y sabia, pensé cuántas horas amargas no estarían siendo vengadas en ese momento por aquella sonrisa. Largas adoslescencias dando vueltas por los parques o los cines para descubrir el sexo, mientras otros jóvenes se enamoraban, escribían poemas o bailaban abrazados en las fiestas del Instituto. Noches de echarse a la calle soñando con un príncipe azul de la misma edad, para volver de madrugada, hechos una mierda, llenos de asco y de soledad. La imposibilidad de decirle a un hombre que tiene los ojos bonitos, o una hermosa voz, porque, en vez de dar las gracias o sonreír, lo más probable es que le parta a uno la cara. Y cuando apetece salir, conocer, hablar, enamorarse o lo que sea, en vez de un café o un bar, verse condenado de por vida a los locales de ambiente, las madrugadas entre cuerpos Danone empastillados, reinonas escandalosas y drag queens de vía estrecha. Salvo que alguno -muchos- lo tenga mal asumido y se autoconfine a la alternativa cutre de la sauna, la sala X, la revista de contactos y la sordidez del urinario público.

A veces pienso en lo afortunado, o lo sólido, o lo entero, que debe de ser un homosexual que consigue llegar a los cuarenta sin odiar desaforadamente a esta sociedad hipócrita, obsesionada por averiguar, juzgar y condenar con quién se mete, o no se mete, en la cama. Envidio la ecuanimidad, la sangre fría, de quien puede mantenerse sereno y seguir viviendo como si tal cosa, sin rencor, a lo suyo, en vez de echarse a la calle a volarle los huevos a la gente que por activa o por pasiva ha destrozado su vida, y sigue destrozando la de los chicos de catorce o quince años que a diario, todavía hoy, siguen teniéndolo igual que él lo tuvo: las mismas angustias, los mismos chistes de maricones en la tele, el mismo desprecio alrededor, la misma soledad y la misma amargura. Envidio la lucidez y la calma de quienes, a pesar de todo, se mantienen fieles a sí mismos, sin estridencias pero también sin complejos, seres humanos por encima de todo. Gente que en tiempos como éstos, cuando todo el mundo, partidos, comunidades, grupos sociales, reivindica sus correspondientes deudas históricas, podría argumentar, con más derecho que muchos, la deuda impagada de tantos años de adolescencia perdidos, tantos golpes y vejaciones sufridas sin haber cometido jamás delito alguno, tanta rechifla y tanta afrenta grosera infligida por gentuza que, no ya en lo intelectual, sino en lo puramente humano, se encuentra a un nivel abyecto, muy por debajo del suyo. Pensaba en todo eso mientras el barquito cruzaba la laguna y la pareja se mantenía inmóvil, el uno contra el otro, hombro con hombro. Y antes de volver a lo mío y olvidarlos, me pregunté cuantos fantasmas atormentados, cuántas infelices almas errantes no habrían dado cualquier cosa, incluso la vida, por estar en su lugar. Por estar allí, en Venecia, dándose calor en aquella fría tarde de sus vidas.

Arturo Perez-Reverte

Articulo aparecido en www.elotrodiario.com

miércoles, junio 10, 2009

Rapidito y light: Como en un comercial

El pasado fin de semana estuve en una finca en tierra caliente. La finca se ubica en una exclusiva parcelación privada a orillas del río Cauca llamada Cauca Viejo que busca simular un pueblo con típica arquitectura de la colonización antioqueña. Tiene parque e iglesia y está llena de grandes y coloridas casas de balcones con flores y techos altos. Como lo exige esta arquitectura, las casas tienen mucha madera y debido a su función de descanso y el clima, todas tienen piscina. En la que nos alojamos estaba dotada con todo lo necesario, decorada en exceso con antigüedades y hasta incluía una cuatrimoto para salir a dar un paseo como los vecinos cuando no lo hacían en sus caballos.

Llegamos en sábado después del mediodía un total de catorce personas en tres carros. Una Ford Explorer, un Mazda 6 y un Nissan Tiida. Como era de esperar todos íbamos bien vestidos. No se hacían ostentaciones innecesarias de marcas pero se sabía que los jeans de casi todos eran Diesel que algunas bermudas A&F, las camisetas Chevignon y Zara, los tenis Adidas, las zandalias Diesel o Havaianas (compradas en Río) y que las gafas más sencillas eran Ray-ban.

Los asistentes a la finca ofrecían un espectáculo variado y muy agradable. Todos tienen algo más de 24, la mayoría profesionales y todos trabajan. Eran bonitos y la mayoría tenían cuerpos trabajados en el gimnasio y a los pocos que no se les notaban tanto los músculos si se les notaba que se cuidaban. Había cinco parejas y cuatro solteros. Las parejas se integraban tímidamente al grupo pero entre ellos siempre estaban pendientes y mirándose. Se veía que se querían. Según me enteré los que menos tiempo llevaban juntos ya íban para los 7 meses y los que más ya cumplieron los 4 años.

Yo era el extraño y por eso no me pude integrar tan fácilmente como ellos lo hacían pero si disfrute de buenas conversaciones, caricias inocentes meciéndonos en la hamaca, aprendiendo nuevas vueltas de merengue, recibiendo un masaje en los pies al lado de la piscina mientras disfrutabamos del soleado día, riéndome hasta casi reventar con las improvisaciones de la más loca y elocuente de la finca. Hice parte de todos los que ayudaron en el asado y a hacer el desayuno y al final recibí la aprobación como persona agradable al grupo en próximos eventos.

Qué les digo… este fin de semana una de dos o las dos. O viví lo que se supone es un ideal de vida gay o viví parte de un cliché.

martes, junio 02, 2009

Rapidito: ¿De dónde vino?

Esta mañana, empacando la ropa para llevar al gimnasio, me encontré una extraña toalla, bastante desgastada y más larga que una toalla común. Yo sabía que esa toalla no era de mi casa y me propuse encontrar de dónde pudo haber salido.

Estaba seguro que no vino del hotel en el cual me hospedé el fin de semana pasado cuando estuve en Manizales, en donde a través de un chat contacté a un médico siquiatra infantil muy interesante y bastante galante quien me llevó a conocer un sitio de jazz en donde pedí un Martini, que se ha vuelto mi trago preferido luego de tomar muchos las últimas semanas con Felipe, un estudiante de publicidad con quien salí algunas veces aunque las cosas no funcionaron y quien se fue por dos meses a París, en donde se encontraba -tratando de olvidar la última decepción amorosa- Hugo, quien antes de irse un año a Francia se convirtió en mi mejor amigo después de terminar con Wilson, un amigo sicólogo con el que inicialmente yo pretendía tener algo pero quien desde el principio me aclaró que no quería nada con nadie que no hubiera salido del closet y a quien llamé antes que a nadie a contarle que ya le había dicho a mi mamá que era gay una noche antes de irme para Bogotá, en donde asistí al cumpleaños de Karen a quien había conocido una semana antes en la madrugada mientras algunos de los presentes fumaban mariguana entre ellos Alex, el tipo que me traía encaprichado y a quien de cumpleaños llevé a comer sushi a un buen restaurante. Lugar a donde posteriormente invité a Maria, la hermana de Karen, cuando vino a Medellín y mismo día en el que salimos a pasear por la ciudad con mi amigo Javier en su carro hasta que yo, sacándolo de un parqueadero cayera en reversa al otro nivel y le dañara el ‘bumper’ delantero. Javier me dejo de hablar creo que porque confiaba en que yo sabía manejar como lo hice cuando fuimos a Cali, en donde conocí a Andrés un modelito sin muchas aspiraciones pero con muy buen cuerpo con quien tuve contacto hasta que se fue para donde la hermana en Holanda. País en el cual vive el único tipo del cual me he enamorado por el messenger y que se llama Martijn, con quien hice contacto a través de HotOrNot por la misma época en que me escribió el Gringo, quien finalmente, luego de años de invitarlo se decidió a venir a pasear a Colombia empezando por Barranquilla en donde conocí a Alejandro, que me gustaba tanto que hasta fui una vez a visitarlo a su ciudad natal, Sincelejo pero que como no pudo ir me mando de guía a su amigo Emilio, con quien terminaría pasando el fin de semana más fornicado de mi historia en Tolú en donde Emilio luego me contaría que conoció a un tipo que me conocía y que resultó ser Hugo Daniel un abogado, en su momento, con el cuerpo más espectacular que alguna vez haya tocado y que conocí en una de mis primeras rumbas gay la misma noche que conocí a Manuel, quien se convirtió en mi primer amor y con quien pensé que iba a volver la noche en la cual me dijo que había terminado con el novio, la misma noche en que él terminaría dándose besos con Alfonso, mi compañero de viaje por el sur del continente, incluyendo Rio de Janeiro, en donde pasaría el fin de año más espectacular de mi vida metido en el mar de Copacabana a la media noche con el cielo iluminado de fuegos pirotécnicos, la playa llena de gente vestida de blanco y yo dándome besos con el Australiano, el tipo más bonito y deseado que había cuadras a la redonda con quien más tarde haría las cosas que, luego del accidente en la camioneta, revelarían las cartas que le leyó una amiga a Osher y punto en el cual se terminaron sus intenciones de relación seria conmigo, relación que yo no quería mucho por motivos que revelé a Milo - que hasta me dedicó un post - y con quien esa misma noche salí para más tarde (re)conocer a ElBeyBi a quien hace poco, una noche de lunes luego de ir a donde mi terapeuta, me encontré en el centro de la ciudad con el pelo mojado y oliendo a eucalipto para dejarme pensando en ir al siguiente día al lugar de donde supuse él venía y …

Marica, me traje una toalla del sauna!