Voy camino al hostal, me resta aproximadamente media cuadra. He dado rienda suelta al registro de la ‘fauna local’ de Río y estoy contento por tener una cámara con pantalla desplegable que me permite mirar al frente mientras apunto a un lado con el lente.
Paso frente a una barbería y veo al barbero, está ocupado con un cliente. Me detengo y me quedo mirandolo. Es un tipo musculoso y bronceado, no tiene camisa. Se me torna irresistible no tomarle una foto y hasta me imagino el comentario que le pondría, algo como: “Hasta el barbero es un bueno.”
No tengo lista la cámara así que la saco y la configuro para que no dispare el flash. Creo que el barbero o el cliente se percatan de que hay alguien parado al frente del local. Levanto mi cámara, apunto y disparo. Justo en ese momento veo que el barbero mira hacia afuera y parece que va a salir. Yo empiezo a caminar apresurando el paso para alcanzar a mis compañeros.
Oigo un grito: “Eh cara!” volteo y veo que es el barbero y la visión sensual que hubiera sido ver ese tipo sin camisa caminando hacia mí se torna en pánico cuando veo que viene con actitud amenazante y empuñando las tijeras en una mano. Me quedo petrificado mientras el hombre se acerca y me dice muy enojado cosas en portugués que no entiendo y me señala la cámara. No entiendo una palabra y sólo atino a decir que me disculpe. Él sigue mirándome fijamente y me sigue hablando. Estoy seguro que puede ver mi miedo. Me tiembla todo y con voz entre cortada le digo que si quiere borro la foto y le muestro la cámara. El hombre sigue hablándome muy cerca, intimidándome. No sé qué hacer. Le muestro la foto en la cámara y él la señala y dice: “Apagár.” Eso si lo entiendo y borro la foto. Le digo nuevamente que me disculpe. El tipo me señala y me dice: "Educação, Cara, Educação" y se aleja alegando solo mientras yo, pálido, tembloroso y culpable, sigo caminando hasta donde están mis compañeros.